Uno de nuestros grandes anhelos es la felicidad, pero cuando se hace una encuesta preguntando a cada persona si es feliz comprobamos con asombro que las afirmaciones son más escasas de lo deseado. Por eso nos surge una sencilla pregunta: Ser feliz ¿es tan difícil? Y aunque la respuesta es igual de sencilla: No. Seguro que seguiremos sorprendidos. Entonces ¿Qué está impidiendo nuestra felicidad?
Para intentar comprender alguna de las claves que pueden ayudarnos a ser felices, como en todo, hay que comenzar por el principio, en este caso, tomando consciencia de que la felicidad depende de nosotros y no de algún elemento externo. Iremos viendo cómo efectivamente es así, no porque alguien en concreto lo diga, sino porque podemos experimentarlo y comprobarlo por nosotros mismos. Para ello sólo hace falta vivir las situaciones correctas.
Si leemos al respecto, encontraremos numerosa literatura y un sin fin de consejos y recomendaciones de cómo conseguir la ansiada felicidad pero, por lo que se puede apreciar, sigue siendo esquiva para la gran mayoría. Basándonos en eso, intentemos enfocarlo de forma distinta: Todo aquello que nos hace infelices está impidiendo nuestra felicidad.
Vamos a apoyarnos en este principio para identificar y eliminar esos obstáculos. No olvidemos que nuestro objetivo es disfrutar de una vida mejor de la que tenemos actualmente. Y eso es posible siempre que mantengamos este objetivo y busquemos realizarlo con sinceridad e interés.
A lo largo de nuestra existencia se suceden acontecimientos que nos hacen daño. Cuando éstos ocurren con la intervención de otras personas hay ocasiones en las que surgen odios, rencores e incluso venganzas. En otras, el orgullo hace que nos sintamos heridos, con cierto malestar, o incluso nos alejan de la compañía y amparo de familiares y amigos. Estos escenarios que llegan a descontrolarse muchas veces son causa de grandes insatisfacciones por parte de quien experimenta unos sentimientos tan dañinos. Cuando nos encontramos dominados por estos estados de penosa turbación, no nos damos cuenta de que la única persona que sufre sus consecuencias somos nosotros porque somos los verdaderos afectados.
Estas situaciones son recreadas por nuestros pensamientos y emociones demasiadas veces y es lo que hace que nos sintamos tan mal. Al no dejar de pensar en ello, lo único que conseguimos es vivir una y otra vez esos momentos desagradables, aún a pesar de que hayan ocurrido tiempo atrás. ¿Podemos ser felices así? Con absoluta certeza que no.
En estos comportamientos de odios, rencores y venganzas hemos encontrado uno de los grandes impedimentos de la felicidad. ¿Cómo eliminarlos para despejar el camino hacia ella? Podemos quedarnos con lo realmente importante, y es que tiene un antídoto perfecto y maravilloso que puede poner el velo del olvido en tanto dolor: EL PERDÓN.
¿Qué poco lo utilizamos, verdad? Perdonar es olvidar las ofensas y agravios sin tener en cuenta el daño sufrido, lo que permite vivir tranquilos y en paz, uniéndonos a las personas y a la verdadera vida. Es fundamental en las buenas relaciones porque nos aleja del holocausto mental y emocional que suponen esos odios y venganzas. Y aunque en un primer momento pueda parecer muy difícil de conseguir es mucho más sencillo de lo que parece. Al igual que el fuego crece cuando le echamos más leña y se apaga cuando se la quitamos, odio y venganza se incrementan cuanto más pensamos en ellos y disminuyen cuando dejamos de hacerlo, hasta desaparecer por completo. La fuerza del perdón quita el oxígeno al fuego de los rencores, los debilita y desaparecen.
La convivencia social, cuando nos enredamos en ambiciones y deseos irrefrenables, también hace que nuestro estado mental y emotivo tengan la continua interferencia de multitud de conflictos internos que nos llenan de insatisfacción. ¿Tener más nos hace más felices? Lo que nos hace dichosos es sentirnos bien con lo que tenemos. Pero buscamos lo que es más y lo que aparenta más, a costa de perder nuestro equilibrio emocional y mental, sin preocuparnos por quienes nos rodean ni pensar en sus necesidades.
Vivimos en una sociedad que ha hecho de la competitividad una ideología que tiende a hacernos rehenes. Nos empuja (y nos dejamos) a ganar a los demás, con poder o dinero que solemos utilizar bastante mal. Se valora más el tener que el ser y lo individual que lo colectivo. Por eso surgen conflictos en el trabajo, en la familia y con quien se ponga por en medio. ¿Podemos ser felices así? Difícilmente
En los conflictos acabamos de identificar a otro de los grandes rivales de nuestra felicidad. Lo bueno de ello es que también tiene su antídoto: LA PAZ.
Recordemos a Mahatma Gandhi y lo que consiguió con su movimiento de no violencia. Fue capaz de movilizar a las masas para vencer la fuerza de la opresión y las armas, demostrando que la más poderosa de todas, la única capaz de ganar en la guerra es la paz. Ese es su gran poder, la paz desarma al más acérrimo y brutal de los enemigos porque la maldad y los conflictos lo único que consiguen, además del dolor que siempre generan, es más motivo para la confrontación, la venganza y la guerra. Si a un acto de violencia le ha de seguir otro, nunca se terminaría ésta. En cambio, la paz apacigua los corazones y termina desarmando todos los intentos de maldad, es la base de la cohesión social, familiar y personal. Sin ella no hay conquista verdadera ni duradera.
Gandhi demostró que la vida más sencilla y humilde, la voz calmada, la comprensión de las debilidades ajenas, la pobreza, la lucha por unos ideales nobles contra la injusticia y a favor de la igualdad, es la vida más placentera de todas porque en ella hay paz. Con su ejemplo también confirmó que no sólo fue capaz de vivir serenamente con los demás, sino también de vivir en paz consigo mismo. Demostró coherencia entre lo que pensaba, lo que decía y lo que hacía, y esto es armonía.
Como podemos comprobar en ambos casos, la solución pasa por vivir el sentimiento positivo capaz de oponerse al negativo, al ser su polo opuesto. ¿Por qué? Sencillamente porque en nuestro interior crece única y exclusivamente aquello que alimentamos. Y debemos ser conscientes de que luego solo podemos sacar, manifestar o vivir lo que hay dentro. Si en mí hay venganza solo puedo ser vengativo, pero si hay sentimiento de perdón sabré perdonar. Si me he entrenado en los conflictos tendré una vida de conflictos y si he desarrollado la paz podré dar serenidad. Lo que nunca podré dar es aquello que no tengo.
El perdón, la paz, la coherencia y la gratitud hacia la vida por lo que tengo son ingredientes que configuran esa filosofía de vida generadora de felicidad. Y estos sentimientos están, como hemos visto, en mi mundo interior, lo que quiere decir que la felicidad es un estado que depende exclusivamente de mí. En la vida todo lo que se siembra da sus frutos. Cultivar para experimentar perdón y paz es una de las sensaciones más extraordinarias. Por eso, todos los sentimientos gratificantes como el amor, la comprensión, la bondad, la amistad, etcétera, son verdaderos generadores de felicidad.
Aprendiendo a vivir mejor
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