Recuerdo durante mi juventud oír a un anciano decir a otro, que cuando un niño viene a la vida nace con él una estrella muy brillante y especial. Este comentario llamó tanto mi atención que, desde entonces, he pasado muchas noches e incontables horas mirando el cielo buscando mi estrella, con la confianza y la certeza de que algún día la encontraría. Con la mirada relajada, bañada en su brillo punteado y embelesada en su búsqueda, esperaba ver una señal que me indicara cual de ellas era.
Buscaba en ese espacio eterno y maravilloso del firmamento un refugio para las angustias del día, donde poder descansar después de vivir el daño del orgullo que hiere al ser humano sin contemplaciones, ni expresiones de perdón; olvidarme del egoísmo que le lleva a cometer atrocidades avasallando a otros para sus satisfacciones personales, sin pudor ni reflexión de conciencia.
Buscaba el hogar donde pueda comer el hambriento y beber el sediento de esta Tierra azul, donde hay personas que no parecen vivir en ella porque están muriendo despacio, día a día, ante la indiferencia de la mayoría de sus semejantes; donde hay lugares que se tira la comida y el agua, cerca de otros donde encontramos mesas y recipientes completamente vacíos de colaboración; donde no haya esa riqueza ni esa pobreza que tantos surcos de dolor labran en el alma humana, separando el todo de la nada, porque las riquezas están en las manos de unos pocos y la pobreza en la mirada triste y la voz callada de unos muchos.
Buscaba ese refugio donde cobijarse del maltrato y la obsesión del fanatismo que mata al ser humano y atropella nuestros derechos más fundamentales, que se impone por la fuerza y aniquila las esperanzas de la convivencia; donde no exista el endiosamiento que impide el avance a los más débiles porque se sienten sometidos a las imposiciones del dictador.
Buscaba ese lugar donde la palabra no solo sea una voz esparcida al viento, carente del ejemplo y vacía de sentimiento, que no vale nada porque la dirige el engaño que sólo busca el interés propio sin pensar en nadie más; donde no se callen los sentimientos por temor al qué dirán o las prohibiciones que ejercen unas razas o unas creencias a otras.
Buscaba esa morada donde el amor haya triunfado al fin, alejando la maldad que causa tanto dolor a todo ser humano, mitigando los odios en favor de la humanidad y la unión sincera; donde la caridad tienda la mano para coger otra mano y hacerla compañera de viaje; donde la nobleza brille alejando la oscuridad de la mentira y la falsedad; donde tu y yo seamos uno solo porque no existe ni el “yo”, ni el “mi” pues ha sido sustituido por el “nosotros”... ¡Siempre nosotros!
Anoche, cuando el pensamiento de su inexistencia castigaba mi mente, pensando que tal vez el anciano había contado una simple historia nacida en su imaginación, por fin, vi brillar esa estrella tan especial, que tantos años llevaba buscando, y en verdad que me sorprendió. Tardé tanto en encontrarla porque no supe buscar bien; la quería hallar en ese cielo brillante que circunvala la Tierra, pero no era ahí donde estaba. Por eso, por más que miraba hacia arriba, nunca la veía. Llevaba tanto tiempo acostumbrado a mirar hacia afuera que me olvidé de mirar hacia adentro.
Su morada es el firmamento interior, nuestra intimidad más profunda, donde todas las estrellas de nuestras capacidades resplandecen entorno a una que tiene ese brillo especial que solo puede dar el amor. Es un cielo en el que podemos dibujar con el pincel multicolor de nuestros sentimientos, nuestro verdadero hogar y nuestro refugio ante las inclemencias de la maldad.
En él podemos cobijarnos impidiendo que nos dañen porque esa es una decisión que depende de nosotros mismos, y desde él podemos actuar para que la vida mejore. Ahora, buscamos a esos observadores del cielo, para unir esfuerzos en común, y hacer de muchos hogares esparcidos por doquier un sólo hogar que nos cobije a todos. Sus ventajas son tan amplias como nosotros queramos.
Dejo estas reflexiones para que toda aquella persona que esté buscando su estrella en el firmamento de la vida, sumerja su mirada en sí misma para poder contemplarla. Puede servirle para que no pierda tanto tiempo como perdí yo.
De cada uno de nosotros depende brillar en el cielo de la sociedad para conseguir que se convierta en humanidad, o apagar las luces que nos pueden iluminar.
Aprendiendo a vivir mejor
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